Muchas de nosotras crecimos viendo en las pantallas las fantásticas y perfectas vidas de las princesas Disney, en donde éstas lucían inmaculadas, con sus vestidos glamorosos, sus rostros simétricos con piel de porcelana, luciendo sus vestidos pomposos diseñados y confeccionados por ratas, aves y comadrejas expertas en moda, además llevando airosas sus peinados de primera comunión (risos tiesos de laca) aparecían en medio de un verde bosque, danzando armónicamente una estrofa de alguna canción que no hablaba de otra cosa más que del verdadero amor y uno que otro “la la la”.
Aparentemente éstas mujeres lo tenían todo bajo control, porque hasta las labores domésticas se las hacían los pajaritos y cuanto bicho raro que habitaba en el bosque; y lo mejor: ¡Gratis!, Es que no tenían de qué preocuparse, más que por cantar canciones de ópera, todas, además, con tremendas voces de soprano, ser descaradamente bellas, mirarse en el reflejo de los lagos cristalinos y soñar con el apuesto caballero que surgiría de la nada para proponerles matrimonio luego de conversar no más de 2 minutos con ellas. Eso sí, requisito indispensable para ser una de éstas: ser puras y castas, vírgenes inmaculadas. Bellas pero jamás buenonas, su belleza debía ser angelical, inocentes, tenían que poseer la apariencia de una muñequita de porcelana, algo así como quinceañera de pueblo, obediente y mojigata, de esas que pegaban afiches de Jordano en su habitación, (los perritos tristes) y no como una Anabelle o la novia de Chucky. Básicamente en eso se fundamentaba toda la razón de su existencia, en ser unas buenas niñas, buenas amas de casa y en esperar pacientemente a que algún apuesto príncipe llegara a rescatarlas y a resolverles la vida porque ellas no tenían nada más que hacer.
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En medio de semejante panorama, ¿Quién no querría convertirse en toda una princesa, vivir en un castillo y agarrar príncipe azul a como diera lugar? Aparentemente este estilo de vida, nos lo han vendido durante años a varias generaciones de mujeres como el ideal. Sin embargo, hay un lado oscuro que se nos ha ocultado por décadas a todas las mujeres de mi generación y de la tuya, pero que a medida que vamos madurando y besando sapos nos estrellamos con esa dura realidad. Como por ejemplo: ¡Que las princesas Disney son unas Morrongas!, con serios problemas emocionales, conductuales y mentales, que son unas interesadas, codependientes, y con una autoestima bastante cuestionable.
Que la vida como señoras casadas no era tan mágica como los cuentos narraban, pues luego de la última frase del librito que nos leían, que decía: “Y se casaron y fueron felices por siempre”. En realidad estaba lejos de ser el fin del cuento de hadas de nuestros sueños, más bien podría ser el inicio de una que otra pesadilla.
Sin embargo, debemos admitir, que pese a la modernidad y a la liberación femenina, curiosamente las mujeres, en pleno siglo XXI, en el año 2020 muchas continúan padeciendo el síndrome de la Princesita Morronga, y les diré por qué muchas mujeres aun después de viejas, Profesionales e independientes, increíblemente aún no logran asimilar esa realidad tajante de las Princesitas, y ahí siguen, brincando de un fracaso amoroso en otro con la tierna esperanza de por fin hallar al tan mentado príncipe azul, para que las rescate de la miserable soltería, que les compre el castillo para dejar de pagar arriendo rápido, que les trate como doncellas, que las llene de hijos, las haga felices y logre por fin hacerles realidad el dichoso sueño del cuento de hadas de una vez por todas.
Pero mis queridas amigas con complejo de Princesas frustradas, aquí va la cruda verdad, y advierto: va a doler:Resulta pues, que no vivimos en Andalasia propiamente, ni ninguna de esas ciudades fantasiosas en las que se desenvuelven este tipo de historias cursis e inverosímiles, aquí los pajaritos no hablan con nosotras, más bien nos los pintan en el aire, aquí los hombres no desposan a las mujeres luego de observarlas 5 minutos danzando en el bosque, aquí las relaciones tardan años y los hombres aborrecen el compromiso, luego de alrededor de unos 8 años perdidos en la relación, ellos se percatan que están confundidos y no saben lo que quieren, pero las mujeres insisten en que ese es.
Aquí los hombres no se comportan como príncipes y mucho menos lucen como tal, no esperen al 1.85, chocolatina marcada, músculos de acero, ojos azules, cabello abundante y mentón cuadrado, yéndonos bien serán de nuestra misma estatura, después de los 30 algunos ya tienen barriga, a la que llevan años invirtiéndole pizza y cerveza a lo que da, se empezarán a quedar calvos como desde los 35 y a esa edad, aún viven con la mamita, así que lo del castillo propio aún estará como lejitos.
Lo cierto es que en nuestra sociedad actual, aún se hallan, aparentemente bien establecidos los roles de cada género, pues por mucho, siguen siendo las mujeres (En su mayoría) tradicionalmente, quienes sueñan, deliran y babean con el matrimonio y la maternidad, porque consideran que tan pronto las despose su “Príncipe azul” iniciarán su propio cuento de hadas, en donde tendrán la casita con el enorme jardín, al montón niños, la granja, al perro y al gato jugueteando, y serán felices por siempre. ¡Tan tiernas! (Nótese ahí el complejo de Princesita Morronga presente).
Los hombres, por el contrario, no quieren parecerse en nada a los príncipes, más bien a los ogros sí; ellos, en su lugar, tradicionalmente crecen detestando ese mismo ideal de matrimonio, familia y casita de campo; porque asumen que hasta ahí llegará su libertad y licencia para desordenarse, porque asumen también, que para ese momento ya deberán ser adultos maduros y responsables, que deberán también abandonar los placeres mundanos; y que perderán la oportunidad de conquistar cuantas mujeres les sea posible por semana, se supone que si se casan, ya tendrán que dedicarse exclusivamente a una sola mujer, perderán su libertad, y en realidad, eso es lo que más les aterra.
Lo cierto e hilarante de esta situación, es que, cuando por fin el matrimonio se lleva a cabo, de repente las idealizaciones que tanto Hombre como mujer se forjaron previamente, desaparecen, y esto es cuando: La mujer se percata que la convivencia con el supuesto príncipe está lejos de ser un cuento de hadas, que ese príncipe se le destiñó a la primer lavada, que en lugar de eso se casó con un ogro o con una bestia, que los paseos románticos por el bosque solo se los dan a las princesas de Disney y eso, mientras se las levantan, que los animalitos del bosque jamás llegan para ayudar con la limpieza de la casa, eso también solo les sucede a esas viejas de Disney. Y que cuando nacen los hijos y se convierten en amas de casa de tiempo completo, se dan cuenta que eso está muy pero muy lejos de ser una experiencia mágica, que el castillo está como embolatado, porque el nidito de amor está más bien reducido un aparta estudio.
Ahí es cuando la mujer verdaderamente comprende que lo que deseó toda su vida fue una absoluta farsa y una enorme idealización respecto a los hombres y una gran decepción cuando no se cumple con tal ideal, que lo que ella añoraba y el hombre detestaba, en realidad fue justo al contrario. Pues el hombre, por su parte, se da cuenta que el matrimonio no está tan mal como pensaba, que su mamá dejó de cocinarle y recogerle el reguero, para que ahora su esposa sea la encargada de hacerlo, que las cosas no cambiaron mucho para él, pues bien podría seguir haciendo lo mismo con su “Libertad” como cuando era soltero, porque curiosamente, para él el estar casado no era impedimento para continuar saliendo con amigos e incluso conquistar a una que otra atractiva veinteañera de vez en cuando; ya que cuando regresaba a casa tenía a una hermosa esposa comprensiva, complaciente y cariñosa, a unos hijos bien educados, un agradable hogar y comida caliente sobre la mesa; y es ahí donde el hombre se percata, que el matrimonio estaba lejos de ser aterrador, y que no solo su situación no cambió sino que incluso, mejoró sustancialmente.
Y así es como el matrimonio, lo que toda la vida consideró como una espantosa pesadilla, se transformó en la decisión más beneficiosa e inteligente que pudo tomar. Y la mujer por su parte, aquello con lo que soñó de manera fervorosa toda su vida, se convirtió en una de las mayores decepciones.
Yo también caí en la trampa
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Pero no las culpo queridas amigas víctimas del Síndrome de la Princesita Morronga, creo que todas en algún momento de nuestras vidas hemos sido presas de tal síndrome o complejo, es que no nos digamos mentiras, todas hemos caído en la trampa (Incluso yo) de soñar con la idea de vivir atrapadas en ese cuento de hadas, pues resultaba encantadora . Demasiado encantadora, demasiado perfecta para ser real, incluso para ser divertida; y es por lo mismo, que aquí lo analizaremos objetivamente.¿Qué de divertido tendría no tener otra vida más que?:
-Dar paseos de manita sudada con el príncipe cuando él así lo dispusiera-Permanecer encerrada en la torre más alta de un castillo enorme y desolado a cantar con las aves-Enojarse con el espejo dis que por que le tiene envida-Sostener conversaciones profundas con los animales del bosque-Vivir alerta contra el odio de cada suegra-bruja neurótica, con el delirio de evitar a toda costa ser envenenadas por ésta en cada cena familiar, solo porque ella consideraba que su hijito merecía algo mejor. -De esperar que todo se lo resuelva el príncipe desde, la economía, el tipo de casa, el vestuario, cuántos hijos tendrá, sus opiniones y hasta la vida social. No gracias, yo paso de pretender ser una princesa. ¡Qué nivel más psicótico el de esas mujeres!
Qué flojera además, tener que estar siempre de buen humor, hacerse la mosquita muerta, demostrar una eterna paciencia e infinita bondad, ¿Qué acaso las princesas no tenían ciclo menstrual? Con lo delicioso que es salirse de las casillas y eventualmente mandar al carajo a quien se lo gane a pulso, qué flojera ser obediente y santa, qué flojera reprimir lo que verdaderamente llevamos por dentro: humanidad, pasión, desparpajo. Con lo fascinante que es la autonomía, la libertad, la independencia, la sensualidad, el carácter y la dignidad en una mujer, ¿Ustedes aún quieren ser princesas? Pero antes de responder esa pregunta deberás ser honesta contigo misma y determinar:
-Si tu belleza es 100% Natural, nada de maquillaje recargado, ni cirugías plásticas o botox, todo debe estar firme y en su lugar pero sin ningún tipo de ayudas, ni uses nada artificial; aplica para pestañas pelo a pelo, uñas en acrílico, extensiones de cabello, fajas, tacones, ni lentejuelas. ¡No nena, eso no es de princesas sino de pura bandida! -Sí eres un Ama de casa ideal y por vocación, nada de pretender ningún tipo de independencia; trabajar o estudiar, no es digno de princesas, con pensar o devengar más dinero que el príncipe le estarás ofendiendo, pues él debe sentirse siempre imprescindible, protector, y el dueño de tu vida.-Si eres una Virgen impoluta en cuerpo y alma (¡Ahh! Y de cabello también aplica, a los príncipes no les gustan las farsantes, peli teñidas-oxigenadas), y sin una sola gota de maldad en tu ser. Déjame decirte: a los príncipes no les agradan las promiscuas, libertinas, de esas que se autodenominan dis que “dueñas de su propia sexualidad”, cuyo vestuario provocativo le resta toda posibilidad de ser una dama.-Si eres Abstemia. A los príncipes no les agradan las alcohólicas, embriagarse haciendo karaoke tiene cero glamor.
Si no solo no cumpliste con ninguno de los anteriores ítems, sino que eres justamente el prototipo opuesto al del síndrome de la princesa Morronga, ¡FELICITACIONES! Eres de las mías, así que, conclusión: qué aburrimiento la princesita promedio, ¡Ya basta de soñar con ser una de ellas!, y por favor, ya dejen de soñar con el príncipe guapo y millonario, porque esa extraña combinación no solamente es escasa sino que cuando rara vez existe, se da en hombres, que cuando quieren relaciones serias las tienen, pero entre ellos mismos. En esa medida, sugiero anhelemos otra opción más realista, más orgánica, lo cual la hace más interesante, y definitivamente, más divertida. ¡Seamos Brujas! Sí, unas perfectas hechiceras, para saber usar correctamente los encantos, astutas para no dejarnos enredar de ellos y maquiavélicas para ser nosotras quienes los enredemos, ligeramente resentidas para vengarnos con sevicia de quienes nos dañen, vanidosas, para que incluso, en los peores momentos luzcamos despampanantes, histéricas para gritar a todo pulmón cuando experimentemos la injusticia, la frustración y el dolor, eso sí, sin culpa alguna. Porque no, la ira no es un sentimiento exclusivo para los hombres.
Porque a decir verdad, ese nivel de sumisión y codependencia tan alto que manejan las princesitas, me resultan muchísimo más psicótico y tóxico que el de las propias brujas, siendo éstas quienes se acercan más a la realidad del Universo femenino, pues, a las brujas se les atribuirán los peores defectos y las peores características respecto a lo que socialmente se espera de la “mujer ideal”, misma que, por cierto, solo habita en los cuentos de hadas, sin embargo, hay una etiqueta que jamás podrán atribuirles: el de reprimidas. Así que, ¡Permiso! Que aquí va tremenda bruja.